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Dios repartía sus dones a los árboles y éstos se adelantaban a elegir tributos y belleza.
Yo quiero ser fuerte.-dijo el Ñandubay, y mas duro que la piedra, mas resistente que el hierro. -
Mi ideal es ser saludable, dijo la Anacahuita- y lo consiguío.
Al Jacarandá se le concedió esa agilidad de verso temblante, lírica en la primavera cuando luce su penacho lila maravilloso.
El Laurel reclamó hojas oscuras y lustrosas.
El Espinillo, se adornó con sus áureos pompones perfumados.
La Pitanga y el Guabiyú, pidieron azucarados frutos.
El Ceibo se decoró de hermosas flores rojas.
El Tala quiso rudeza india de nudos y espinas.
El Sauce llorón poesía...
La Aruera, un poder misterioso para castigar a los inciviles que no le rindieran homenaje...
Y las Tacuaras esbeltas y musicales, solicitaron ser útiles para las picanas de trabajo y para arrancar una sonrisa de júbilo a los niños como armazón de la luminosa cometa.
- ¿Qué te puedo ofrecer, pobre Ombú?- Sombra para el descanso de los hombres.- Todos la poseen.- Corpulencia, para ser un índice en la vastedad de la llanura, para que el gaucho desde la lejanía sienta la emoción del hogar tibio que lo espera...
Fuente : Apólogos y cuentos criollos.
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